El café llega a la Nueva España alrededor de 1790 y su cultivo se difunde en la primera mitad del Siglo XIX, principalmente en Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Tabasco y Michoacán.
Durante el porfiriato creció la cefeticultura inducida por empresas transnacionales en grandes fincas especializadas. A partir de la reforma agraria cardenista (1934-1940), pasó de ser una actividad de grandes plantaciones a pequeñas parcelas de campesinos e indígenas.
Los grandes productores de café lograron conservar los terrenos más fértiles logrando mantener esta posición de ventaja hasta nuestros días.
A pesar de que los grandes productores de café solamente representan el 8 por ciento de la producción, reciben más del 90 por ciento de los beneficios de la venta de café seco (también llamado oro) mexicano.
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